A veces no lo parece, pero más allá de cámaras, autógrafos, películas y vallas publicitarias, las estrellas son personas. Listas y tontas. Tímidas, antipáticas o encantadoras. Monacales o viciosas. La diferencia es que todos hablamos de ellas y que cada secreto se paga a precio de oro. De eso vive (y muy bien, a veces) esa tribu instalada en la literatura, el periodismo y el cotilleo: los biógrafos de los actores de cine.
Como es obvio en estos tiempos, cuanto más grueso y ofensivo sea el retrato, más atención mediática recibirá. Que se lo digan al británico David Thomson, que acaba de publicar la quinta edición de The new biographical dictionary of film, su particular mirada al Séptimo Arte. Lejos de ser un diccionario al uso, se trata de una extensa colección de opiniones personales sobre este mundillo. Publicada por primera vez en 1990 y calificada como "enloquecida obra maestra" en The Guardian o "guía diabólicamente seductora" en Rolling Stone, las buenas críticas y los miles de ejemplares vendidos han envalentonado a un Thomson que no deja títere con cabeza.
Así, por ejemplo, Tom Cruise es definido como "el más creído de los mocosos de Hollywood". Matt Damon "no tiene buen aspecto debido a su cara aplastada y reconstruida". Y Ben Affleck también recibe lo suyo: "es aburrido, complaciente y criminalmente afortunado por haber llegado tan lejos". Thomson, en cambio, salva a Penélope Cruz, a quien el escritor ve como "alguien sensacional, capaz de mejorar por sí sola una mala película".
De Cruz apenas ha escrito, pero no sería descabellado pensar que Andrew Morton también terminará clavando sus dardos sobre la actriz. Desde luego, los focos atraen a este londinense más que una bombilla a un insecto: es el autor de biografías sobre Diana de Gales, Monica Lewinsky, Tom Cruise, David y Victoria Beckham o Madonna. Experto en airear trapos sucios, su última víctima es Angelina Jolie, de quien en 2010 publicó una biografía no autorizada y repleta de indiscreciones: adolescente traumatizada, consumidora esporádica de heroína y adicta a romper parejas son algunas de las lindezas que Morton difunde tras entrevistarse con decenas de implicados (ni una palabra, eso sí, con la principal afectada). Con Cruise, por cierto, tampoco se quedó corto: sus palabras sobre la Cienciología (la acusaba de ser peor que el nazismo) deben retumbar todavía en el actor.
Morton se enfrentó por ello a una millonaria demanda, al igual que Patrick McGilligan. Es lo que tiene criticar a un tipo como Clint Eastwood, al que descuartizó en una biografía publicada en España el pasado año. McGilligan ya había escarbado en la vida de Alfred Hitchcock o Fritz Lang, pero con Eastwood pinchó en hueso (o, simplemente, atacó a alguien vivo y que podía contestar) y el actor y director reaccionó con virulencia. Leer sobre sus presuntas infidelidades, racanería y tiránico carácter llevaron a Eastwood a una demanda que, finalmente y gracias a un acuerdo extrajudicial, no fue a más.
Poco, en todo caso, comparado con lo vivido por Kitty Kelley, quizá la pluma más venenosa de todos los biógrafos de Estados Unidos. "Sobrepasa los límites de la decencia", dijo Ronald Reagan sobre ella. "Sólo apunta a la yugular", añadió The New York Times. Periodista del montón con algunos problemillas con la ley, Kelley encontró su filón profesional cuando publicó en 1978 Jackie Oh!, su escandalosa biografía sobre Jacqueline Kennedy. Después vendrían sus indagaciones sobre Elizabeth Taylor (1981), Frank Sinatra (1986) o Nancy Reagan (1991): tras denunciar los turbios escándalos de la familia real británica y las orgías de alcohol y cocaína de George W. Bush durante la estancia de su padre en la Casa Blanca, Kelley acaba de publicar su última obra, en la que crucifica a la celebérrima presentadora de televisión Oprah Winfrey.
No hay comentarios:
Publicar un comentario